| Por Chris Haberberger | Seminarista

Acólitos están un paso más cerca de la ordenación

Durante la formación de un hombre para el sacerdocio, la iglesia le confía dos responsabilidades litúrgicas – Lector y Acólito – antes de que sea ordenado. Los lectores y los acólitos se ven como los lectores y servidores del altar que sirven en cada parroquia, pero para un seminarista que ha sido instituido en estos ministerios, cada Misa en la que sirve lo pone un paso más cercano a su ordenación.

Cuando un hombre es hecho un Lector, la iglesia lo separa para la proclamación de las Escrituras en la asamblea litúrgica. Él se para en un lugar privilegiado como un mediador de la Palabra de Dios, llevando el mensaje de salvación a aquellos que aún no lo han recibido. Con su ayuda, hombres y mujeres “conocen a Dios, Nuestro Padre y a su Hijo Cristo, a quien Él envió, y así son capaces de alcanzar la vida eterna,” de acuerdo al Rito de Institución de Lectores.

Como un Acólito, un hombre es confiado con un mayor cuidado de la Eucaristía. Él asistirá al diácono y servirá en ministerio al sacerdote en el servicio del altar, para llevar la Sagrada Comunión a los fieles –especialmente a aquellos enfermos – y purificará los sagrados recipientes después de la Misa. Este es también un lugar privilegiado: el Acólito es un miembro del mismo Cuerpo Místico de Cristo a quien sirve y a quien lleva la Eucaristía.

En estos dos pasos significativos en su formación, hay un movimiento progresivo desde la banca hacia el ambón y al altar que refleja los pasos de ordenación del diaconado y el sacerdocio. También existe un paralelo entre los rituales de institución y los ritos de ordenación. Cuando un hombre es hecho un Lector, el obispo le entrega una Biblia y le instruye a meditar diariamente sobre la Palabra de Dios, recibiéndola obedientemente. Cuando un hombre es ordenado un diácono, el obispo le entrega el Libro de los Evangelios. El obispo le encarga que conforme su vida a él, a que “crea lo que lee, enseñe lo que cree, y practique lo que enseña”.

Cuando un hombre es hecho un Acólito, el obispo le entrega un copón de hostias o un cáliz de vino y le instruye a entender el profundo significado de lo que hace para que pueda ofrecerse a si mismo diariamente como un sacrificio espiritual.

Cuando un hombre es hecho un sacerdote el obispo le entrega un cáliz y una patena para la celebración de la Misa y le instruye a que  “entienda lo que hace, imite lo que celebra, y conforme su vida al misterio de la cruz del Señor”.

Mientras yo ejecuto estos ministerios que la iglesia me ha confiado, no puedo evitar admirarme del peso de los misterios en los que sirvo. En la proclamación de la Escritura, mi voz se pone al servicio de la voz del Señor. En el ministerio de la Eucaristía, llevo al Señor Eucarístico a la gente de Dios. En cada liturgia, entro cada vez más profundamente en el misterio de Cristo, el Alto Sacerdote, a quien, un día, conformaré mi vida en la ordenación.

Por favor continúe orando por más sacerdotes y por aquellos estudiando para ser sacerdotes.


Chris Haberberger es un seminarista de la Diócesis de Austin. Se encuentra estudiando en St. Mary’s Seminary en Houston.

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