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 | Por El Obispo Robert Barron | El Artículo Apareció Originalmente en Wordonfire.org

“Dei Verbum” y el 60.° Aniversario del Concilio Vaticano II

Estoy redactando estas palabras el 11 de octubre de 2022, cuando se cumple el 60.° aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, sin duda el evento eclesial más trascendental del siglo XX. Creo que es justo decir que los católicos hemos estado hablando, discutiendo y preguntándonos, denigrando y celebrando el Vaticano II prácticamente sin parar durante los últimos 60 años. Incluso la encuesta más superficial de Internet revelará que la animada discusión no muestra signos de agotarse.

Durante estas últimas seis décadas, tanto sus defensores como críticos han tratado de encontrar la clave interpretativa del complejo conjunto de documentos producidos por los padres conciliares. Cuando llegué a la mayoría de edad, gran parte de los comentaristas decían que Gaudium et Spes, el extenso texto sobre la Iglesia en el mundo moderno, era el más básico de los textos del Vaticano II. Y, de hecho, Gaudium et Spes lanzó 10.000 talleres sobre la obligación de la Iglesia de escudriñar los “signos de los tiempos” y abandonar una postura defensiva frente al mundo secular. Aun así, durante esos años otros expertos eclesiásticos argumentaron que el primero de los documentos del Vaticano II que se aprobó, a saber, Sacrosanctum Concilium, la gran constitución sobre la sagrada liturgia, era el más fundamental. Y, de hecho, ese texto, que inauguró la transformación de la Misa y nos obligó a pensar sobre la liturgia de una manera nueva, demostró ser enormemente influyente. Y un grupo considerable de analistas sostuvo que Lumen Gentium, el documento lírico sobre la naturaleza de la Iglesia, era la lente a través de la cual se leía todo el concilio. Y sin duda, la mayoría de los teólogos del Concilio Vaticano II habrían enseñado que la eclesiología, el estudio formal de la Iglesia, era de hecho la principal preocupación de los padres. Por lo tanto, se puede argumentar a favor de todos estos documentos.

Pero en este 60.° aniversario del concilio me encuentro de acuerdo con la sugerencia de George Weigel de que el más básico de los textos, de hecho, aquel bajo cuya luz debe entenderse todo el conjunto de textos, es Dei Verbum, la constitución sobre la revelación divina. Dei Verbum tiene mucho que decir sobre cuestiones técnicas de interpretación bíblica, incluida la importancia central de distinguir entre los diversos géneros empleados por los autores de las Escrituras. Habla con elocuencia de la sutil relación entre el Dios revelador y los autores humanos activos e inteligentes a través de los cuales Él realiza su revelación. También explora de manera muy útil el juego entre las Escrituras y la tradición interpretativa que necesariamente acompaña la recepción de las Escrituras a lo largo de los siglos. Pero no es por estos logros que considero a Dei Verbum tan fundamental.

Lo que es de mayor importancia es su simple afirmación de que el cristianismo es una religión revelada; es decir, una basada en la automanifestación de Dios. Muchas religiones y filosofías religiosas se basan en la experiencia humana, en nuestro sentido intuitivo de Dios. En consecuencia, ponen especial énfasis en la búsqueda humana de lo divino. Si vas a la sección de religión de cualquier librería o biblioteca, encontrarás decenas de volúmenes con esta temática.

Pero el cristianismo no es principalmente la historia de nuestra búsqueda de Dios; es la historia de la búsqueda incesante de Él por nosotros. No son principalmente nuestras palabras acerca de Dios, sino la Palabra de Dios que nos habla.

Por lo tanto, el cristianismo no es algo que hayamos inventado; al contrario, es algo que hemos recibido. Sin duda, la doctrina de la Iglesia, la práctica litúrgica, la disciplina sacramental, etc., se desarrollan con el tiempo, expresándose cada vez más en la intención de Cristo. Aun así, conservan su forma y propósito esenciales, y se oponen a lo que queramos que sean.

Esta idea perenne, expresada actualmente en Dei Verbum, tiene un significado crucial hoy, cuando una cultura de autoinvención domina, a veces incluso dentro de la Iglesia. Según esa lectura errada, la doctrina, la moralidad, la liturgia, los sacramentos y las estructuras de autoridad expresan la voluntad del pueblo y, por lo tanto, pueden cambiar según el capricho de este. Pero nuevamente, si el cristianismo es una religión revelada, debemos conformarnos con lo que se nos ha dado y resistir la tentación de obligar a lo que se nos ha dado a conformarse con nosotros.

Considerando estas observaciones, podemos ver por qué Dei Verbum debería ser la lente interpretativa para todo el concilio. Veamos simplemente los otros textos y temas a los que hemos hecho referencia. La liturgia no es un ritual que expresa nuestros anhelos espirituales, sino una participación en la objetividad de la muerte y resurrección de Cristo. La Iglesia no es una sociedad que hemos creado para nuestros propósitos y en nuestros términos, sino el Cuerpo Místico de Jesús. Y la misión de la Iglesia en el mundo moderno no es un asunto de nuestra determinación, sino que nos ha sido dada por Cristo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura”. Todos estos han sido recibidos, no fabricados. Si olvidamos la enseñanza central de Dei Verbum, entonces Lumen Gentium, Sacrosanctum Concilium y Gaudium et Spes serán fundamentalmente malinterpretados.

A modo de conclusión, sugiero que una manera perfecta de celebrar el 60.° aniversario del Concilio Vaticano II es encontrar una copia de Dei Verbum, acurrucarse junto a la chimenea y leerla.


El Obispo Robert Barron es el fundador de Word on Fire Catholic Ministries y es el noveno obispo de la Díocesis de Winona-Rochester, Minnesota.

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